Mariana Aylwin: “Los partidos de oposición están enojados porque ahora la DC es la que toca la música”

La exministra de Educación no ha vuelto a militar en la Democracia Cristiana, desde que renunció en 2018, pero aprueba lo que está haciendo la actual directiva. “Es el único partido que está haciendo política”, afirma y rechaza los requiebros de sus colegas de coalición que acusan a la colectividad de deslealtad en las negociaciones sobre reforma tributaria y previsional. “La única lealtad que importa es la lealtad con los electores”, dice. De esto, de Educación y de los tiempos políticos conversó con The Clinic.

Mariana Aylwin nos recibe con café y quequito en sus oficinas de la Corporación Educacional Aprender, de la que es secretaria ejecutiva. Otro espacio que ocupa con frecuencia es el de la Fundación Patricio Aylwin, creada para mantener el legado de su padre, el primer Presidente tras el retorno a la democracia en Chile. A pesar de la tradición familiar, ella renunció a su partido en 2018, tras el conflicto que se desató cuando ella y otros militantes se negaron a respaldar a Alejandro Guillier en la segunda vuelta de las pasadas elecciones presidenciales. Sin embargo, eso no significa que haya dejado de tener opinión y reconoce que de tanto en tanto se toma un café con antiguos correligionarios con los que siente cercanía.

“Me siento muy cómoda siendo independiente. Siento que puedo opinar, que tengo libertad. También puedo decir que me gusta lo que está pasando en la Democracia Cristiana. Si hubiera ejercido este tipo de liderazgo en el gobierno anterior y en otros periodos, a lo mejor, no me hubiera ido; pero tampoco sé bien lo que va a pasar y, de verdad, estoy tranquila, me gusta esta libertad”.

¿Pero te llaman, te tomas cafés con la nueva directiva?
-No. He conversado con Fuad Chaín, sí, una vez y fue una reunión interesante. Tengo muchos amigos en la Democracia Cristiana con quienes me he juntado, como Genaro Arriagada, Jorge Burgos, Jorge Correa. Siento cercanía a muchas personas y a la gente de Cieplan también, como José Pablo Arellano, con quien he trabajado bastante en temas de educación. Con ellos me siento muy afín, pero mi experiencia como militante en el último tiempo fue muy dura. Estoy como aliviada de estar fuera.

Los socios históricos de la DC la han criticado mucho por su conducta, particularmente, en la discusión sobre la reforma tributaria.
-Y también la previsional. Creo que al mundo de la oposición no puede gustarle que la Democracia Cristiana ejerza este liderazgo porque, durante años, el liderazgo lo ejercieron ellos y la DC estuvo como vagón de cola. En el gobierno anterior (de Michelle Bachelet), las decisiones que se tomaban pasaban muy por encima de la Democracia Cristiana. Eran mucho más escuchados el Partido Comunista y los dirigentes del Partido Socialista, incluso, los del Frente Amplio. Entonces, por supuesto que no puede gustarles hoy día que la Democracia Cristiana está poniendo la agenda, porque los que van a tener que alinearse o no alinearse son los que antes ponían las reglas del juego. Me parece que es natural que pase eso. Sin embargo, creo que la Democracia Cristiana está haciendo política y que los otros partidos están muy atomizados, paralizados, divididos. No quiere decir que la DC no esté dividida y tampoco sabemos bien qué va a pasar en el Senado con los acuerdos a los que ha llegado la directiva con el gobierno; pero tengo confianza en que incluso se sumen a estos acuerdos personas como (Ricardo) Lagos Weber, José Miguel Insulza ¡Anda a saber tú! Es un cambio bien grande porque, al final, la música la pone la DC y eso, a mí me parece interesante, como fenómeno.

¿Qué no había ocurrido desde hace cuánto?
-Te diría que desde el primer gobierno de Michelle Bachelet, pero que ya en el segundo fue un poco patético. Acuérdate tú que Mario Fernández dijo que “la Democracia Cristiana es el arroz graneado de este gobierno” y era ministro del Interior…

Y era DC
-Y era DC. Así se sentía la Democracia Cristiana: el arroz graneado de ese gobierno y no fue capaz, teniendo más parlamentarios que ahora, de haber ejercido un rol preponderante. En cambio, ahora, con menos parlamentarios, lo está haciendo. A mí me gusta eso.

Nicolás Eyzaguirre y otros han comentado que la DC tenía todo el derecho de negociar con el gobierno. Pero que el haber realizado gestiones paralelas y secretas, sin informar a sus socios, con los cuales había constituido comisiones de trabajo para llegar a acuerdos, fue una deslealtad. ¿No hubo tampoco una falta en las formas? ¿O la política es así no más, sin llorar?
-La política es sin llorar. O sea, ¡Por favor! ¿cuántas deslealtades ha habido de lado y lado? La política no se define por lealtades, sino también por oportunidades. Requiere ver esas oportunidades y tener la voluntad de influir. No digo que las lealtades no sean importantes, pero cuando tú estás gestionando un acuerdo de todos y cuesta encontrar un consenso y no estás de acuerdo en todo lo que se está planteando y tienes la oportunidad de generar un acuerdo en beneficio del país, de destrabar una discusión, a mí me parece que la lealtad principal, al final, es con los electores, con la ciudadanía, con el país. De verdad, yo siento que la oposición ha sido muy obstruccionista. Llegar a un acuerdo en la oposición ya es difícil, pero, además, es una forma de decir: “Mira, no vamos a facilitarle las cosas al gobierno”. Lo que ha hecho la DC con las Pymes le ha redituado, porque ha interpretado a un sector de la población. Y ya veremos qué pasa. Finalmente, la lealtad tiene que ser con la gente.

En términos del contenidos de la reforma y de estos acuerdos, se dice que el punto central de discrepancia, la “reintegración”, beneficia a los más ricos y que el Estado dejará de percibir recursos necesarios para el gasto social. Desde la oposición señalan que la DC, al participar de este acuerdo, está pecando, por lo menos, de ingenua, porque es imposible encontrar una forma razonable de compensar esos recursos ¿No teme la DC darle votos al gobierno, a cambio de poco?
-Yo no sé si está cediendo poco. Tampoco me atrevo a opinar de una cosa tan técnica. Lo que sí percibo es que la reintegración tiene un beneficio grande para las Pymes, que son mayoritarias. Mucho en este tema tiene que ver con cómo se compensan los recursos y también en cómo evitar la elusión, porque el gran problema de la desintegración en el pasado tuvo que ver mucho con eso.

Hay muchos abogados y expertos tributarios trabajando en diseñar ingenierías para que empresas y personas de ingresos altos paguen menos impuestos.
-Sí. Con un agregado: la reforma anterior pretendía recaudar un monto de recursos que tampoco se han recibido. Uno no sabe bien si, efectivamente, se consiguió el objetivo que se planteó al separar los sistemas de tributación (entre empresas y personas).

¿Fue un error de estimación o sucedió que la gente terminó encontrándole la forma de hacer trampa?
-No sé por qué, pero se hablaba de 8 mil millones de recaudación en régimen y resulta que estamos muy lejos de eso. Al final, los recursos para la gratuidad y para las cosas que se iban a hacer no están. Es evidente que esa reforma tuvo problemas, que se legisló muy rápido. Ahora se están corrigiendo esos problemas en un gobierno de derecha y lo que está haciendo la Democracia Cristiana es buscar una salida razonable, en vez de oponerse a que la reforma salga.

MEJORES EXAMIGOS

¿Qué posibilidades ves de un proyecto político común en los sectores que constituyeron la Concertación y luego la Nueva Mayoría?
-El mundo de la política se ve más polarizado. Es interesante ver que en las encuestas las personas que salen con más aprobación como futuros candidatos son José Antonio Kast y Beatriz Sánchez.

Y Joaquín Lavín
-También Lavín. Probablemente, Lavín será quien se encumbre más. Yo veo en el mundo de la exConcertación a personas mayores y no ha habido una continuidad de ese mundo en los más jóvenes. Donde uno ve dirigentes jóvenes, como en las universidades, no hay líderes que sean de los partidos de la Concertación. Eso no existe ahora y existía hasta hace 15 años. Los jóvenes están en otra posición, mucho más radical, yo diría nostálgica de una épica que no han tenido. Miran a los años 60, los 70 como referentes, porque había una lucha muy potente, pero ellos no han encontrado una causa tan potente como esa, porque no existe. Su tema hoy es la igualdad, pero es distinto luchar por la igualdad que luchar por los derechos humanos. Ellos quieren el cambio del mundo, pero el mundo es mucho más incierto. Nosotros sabíamos que estaba dividido en tres tercios y uno estaba aquí, acá o allá. En cambio, ahora no sabemos bien cómo viene el futuro. Yo creo que estamos interpretándolo muy poco y los jóvenes también. La política está muy coyuntural y, de verdad, no sabemos qué nos espera. Por ejemplo, en los últimos 30 años en Chile las nuevas generaciones han progresado en relación a sus padres, pero no sabemos si eso va a seguir ocurriendo. De hecho en Estados Unidos ya no pasa, tampoco en Europa. La globalización trae una disminución grande de la pobreza, un aumento del bienestar, pero, también una tremenda desigualdad.

¿Un techo al ascenso social?
-Sí y una incertidumbre muy grande. Por ahí no hay muchas cosas que estén pasando. Uno ha visto un grupo de una generación más joven, donde está Oscar Landerretche, Carolina Tohá, Javiera Parada del Frente Amplio, que me parece muy potente, gente que debiera ser capaz de levantar estos temas y también personas en la derecha, como Sebastián Sichel, quien por trayectoria y mirada cultural es hijo de la Concertación y creo que es bastante potente también. Por ahí podría surgir algo nuevo que pueda dar respuestas a este nuevo escenario, pero no veo a la antigua Concertación reapareciendo. Sí su ethos: uno empieza a ver que emerge esporádicamente en el mismo discurso de la izquierda, del Frente Amplio, la necesidad de conectar con la gente, de ir paso a paso, de buscar acuerdos, un sentido común más propio de la Concertación, aunque todavía no ha madurado.

Hay también movimientos potentes que no se reconocen en esos partidos, pues sus temáticas estuvieron, históricamente, muy lejanas de la agenda política, como el tema de género, las discriminaciones, el tema mapuche, y parece que ya pasó la micro. Por ejemplo, en los 90, su padre abordó las demandas de los pueblos originarios, pero, después, se esfumó.
-A mí me da pena, porque, la verdad, estamos discutiendo cosas que se discutían en el año 2003 ¡No puedo creer que todavía no se apruebe el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas! Esa fue una promesa que se hizo en el 90 y que se reiteró en el 2003 ¡Y estamos en 2019 y todavía no pasa nada! Y así, con muchos otros temas.

¿Le parece que se puede construir un proyecto político a partir de esos silencios?
-Estos asuntos nuevos que se han puesto en la agenda, básicamente, son temas de las minorías, que estaban más desapercibidas. A mí me parece muy importante que estén, pero no que “se coman” la agenda. Uno ve, por ejemplo, en el caso de Estados Unidos, Trump gana con un discurso antiminoría, porque la mayoría dice: “Yo no pertenezco a esa minoría y quiero que me miren a mí”. Ahí hay una disyuntiva de cuánto asumes los temas, pero, cuánto te comen la agenda. Si los temas de la nueva izquierda van a ser solo los de las minorías, va a tener un techo, no va a poder expandirse. Es algo que tenemos que mirar, que ha ocurrido en otras partes, para no cometer el mismo error. Esto no significa seguir invisibilizando esos problemas, pero, por ejemplo, el mismo movimiento estudiantil levanta el tema feminista con mucha fuerza y se termina cuando consiguen que las universidades adopten los protocolos. Ahí se corrió el cerco, pero si esas van a ser las causas de la política, se va a reducir la búsqueda del bien común, en general.

UN PROYECTO PARA CHILE

¿Y cuál debiera ser, en tu opinión, el tema de la política?
-Yo creo que tiene que ver con el desarrollo de Chile, un desarrollo que sea inclusivo, pero que se enfoque en el desarrollo. Voy a hablar de educación, por ejemplo: si no se hace un cambio sustantivo en cómo se aprende, cómo se enseña, cómo funciona el tiempo y la organización escolar, no vamos a salir del estancamiento en que nos encontramos. Llevamos muchos años discutiendo sobre la institucionalidad, sobre el financiamiento, pero los colegios siguen funcionando como en el siglo XX, incluso, como en el siglo XIX, con un profesor desmotivado dictando clases a los alumnos desmotivados. Ahí hay que hacer un cambio muy radical, pero se hace un pequeño cambio, para que haya más flexibilidad en tercer y cuarto medio, para que los alumnos puedan escoger entre distintas alternativas y todo el foco se pone en que habrá una hora menos de Historia o en que un grupo tendrá menos Educación Física. No estamos entendiendo de qué se trata.

¿De qué se trata entonces?
-En todo el mundo la tendencia es a que haya menos asignaturas, más profundas, con más trabajo colaborativo, con más profesores que guían y más conexión con los problemas del mundo real. Yo asistí a un seminario hace cinco o seis años, donde todo lo que se veía era cómo la enseñanza media debía vincularse con los temas del mundo de hoy, con el cambio climático, con las energías, con las enfermedades, con los problemas de la globalización, con los problemas comunitarios y con las nuevas tecnologías, y eso no lo estamos haciendo aquí aún.

¿Te parece injustificado el revuelo por el recorte en las horas de Historia?
-Me parece muy liviano. De verdad, y lo digo como profesora de Historia que soy, en estricto rigor, hoy día, en cuarto medio, Historia es Educación Cívica. El cambio hacía que en tercero medio también se dictara una hora de Educación Cívica o Educación Ciudadana. Por lo tanto, es un curso no más que no va a tener Historia como tenía antes y todo el programa original se va a ver hasta segundo medio. Yo me encontré con unos profesores del ramo hace un tiempo, en un foro al que fui, y una profesora me dijo: “Oiga, en tercero medio estamos repitiendo lo que hacíamos en segundo, porque el currículum iba a cambiar y no ha cambiado todavía”.

¿No faltará, entonces, una forma de diseñar las políticas públicas en conexión, por ejemplo, con los profesores, con los alumnos? Porque, cuando las cosas caen de arriba…
-De todas maneras, eso es así, pero este currículum se hizo con harta consulta, mucha. Tú podías opinar por internet, pero, además, un día se suspendieron las clases y se hicieron consultas en los colegios. No sé cuánto de eso llega, pero el Consejo Nacional de Educación vio creo que siete veces este currículum y le hizo observaciones y ahí hay gente buena, hay técnicos que miran. Probablemente, hay un problema y es que la gente, aunque participe de esa manera, no se siente influyendo, pero, también, quiero decirlo, aunque me duela, que el mundo de los profesores es muy tradicional, muy conservador. Y las facultades de educación son muy malas, porque no están enseñando de manera distinta tampoco. La experiencia nuestra es que nosotros formamos a los profesores cuando llegan a los colegios y la mía personal también: yo estudié en la Universidad Católica y aprendí a hacer clases cuando empecé a trabajar. Mira, por ejemplo, en Singapur, tienen una escuela de formación de profesores y qué les enseñan: los contenidos de su asignatura, por cierto, pero lo otro es desarrollo personal, que los profesores vayan al teatro, al cine, que lean, que sean cultos.

¿Que se eduquen?
-Que se formen para poder comunicarse bien, que aprendan a no frustrarse con facilidad. Hoy las cosas son muy difíciles en los colegios. Tenemos profesores que, a veces, no se la pueden con alumnos de primero básico. Yo los entiendo. Por último, les enseñaran a resolver conflictos. Yo creo que por ahí va la cosa y no tanta psicología y sociología de la educación, pues el tema es que los profesores egresan y no saben manejar a sus cursos, no saben motivar, muchos no están motivados ellos mismos, porque es fome lo que tienen que enseñar.

¿No son muy grandes los cursos? ¿Cuánto influye la falta de recursos, la precariedad del sistema?
-Influye, pero, te digo algo, mira, nosotros en la Corporación Aprender, administramos dos colegios, ninguno es nuestro. Hemos puesto un tope de 38 alumnos por curso, con lo cual tenemos menos subvención, porque con 45 alumnos es muy difícil hacer clases. Pero la mayoría de los colegios no tiene esa cantidad de alumnos. Son pocos, porque hay menos niños. Ahora, están llegando más, con la inmigración, pero, la verdad, es que los colegios municipales pueden tener, tranquilamente, 25 alumnos por curso. A mí me extraña que, en nuestro caso, los cursos con 30 alumnos no sean mejores que los que tienen 38, entonces, debe haber algo más.

DROGA EN LA MOCHILA

¿Cuánto afecta el entorno, la sociedad, los padres? ¿El Transantiago, por ejemplo, en el tiempo que los niños pasan solos?
-Los cambios que ha habido en la sociedad en la última década son enormes: uno lo ve en los colegios, el nivel de conflictividad era mucho menor antes.

¿Conflictividad de qué tipo?
-Por ejemplo, de niños que amenazan a otro de muerte o que pertenecen a bandas, que llegan los familiares al colegio a buscar a un niño que fue amenazado con palos, con pistolas. O sea, conflictividad grave: niños que los detienen y les decomisan droga, pero no poca. Existen los casos, y yo los conozco, de alumnos que han estado detenidos, porque les han decomisado cuatro kilos de droga.

¿Niños de qué edad?
-Diecisiete años. O niñas desertoras del sistema que vuelven y que no son capaces de estar en la sala, que tienen 17 años y están en octavo básico, que amenazan con tijeras a sus compañeras. Ese tipo de cosas pasan en los colegios más vulnerables, muy frecuentemente.

¿Entonces, la discusión no es sobre educación, sino sobre el tipo de sociedad en que vivimos?
-Claro, pero, fíjate que ahí hay formas. Nosotros hemos bajado mucho la conflictividad en uno de esos colegios, con un sistema en que los niños se juntan todos los días en un círculo y conversan sobre qué les ha pasado. Por media hora, todos los días, hablan con el profesor jefe y si tienen conflictos, ven cómo los resuelven. Así hemos bajado la conflictividad.

¿Quiere decir que la educación puede ayudar?
-Se puede. En los colegios los educadores también se quejan mucho contra los padres, que no vienen. Y yo digo: “Bueno, esa es la realidad. Chao. Con eso trabajamos”. Si los padres no vienen, es porque quizás no pueden venir, algunos padres están presos, otras madres trabajan todo el día y no les dan permiso. Hay un problema de deterioro social que es súper preocupante.

¿A qué lo atribuyes? Porque me imagino que no es por la voluntad de las personas, no es que sean “malas”.
-Por supuesto que no. Me voy a ir por dos lados. Uno, la vida moderna, dura, los trabajos que quedan lejos, poco espacio para estar con los hijos, agotamiento, muchas familias de madres solas con los hijos, abuelos solos con los hijos, y los alumnos llegan con muy poca estructura a los colegios. Dos, y esta es mi veta más conservadora, me parece que hay un relajo respecto a las responsabilidades. Aquí los padres sienten que el colegio se tiene que hacer cargo del hijo. Son súper reclamadores. Por ejemplo, tú llamas a la mamá para preguntar por qué el niño no fue a clases y te responde: “Es que no quiso ir y está en cama”. O le dices: “Mire, pasó tal cosa con su hijo, que hizo equis”, y te responden: “Yo no acepto eso, así es que me lo llevo”. Hay algo entre sobreprotección, falta de responsabilizarse y de los mismos chiquillos, porque hay unos que van al colegio y quieren salir adelante, pero otros que no, que no tienen ese interés y que, más bien, sienten que todo se los deben, como una cultura de puros derechos. Yo creo que esa cultura se ha exagerado y hay muchos más derechos que deberes.

¿Eso influye en la capacidad de cumplir las metas educativas?
-Sí, claro, completamente.

DESERCIÓN EN AUMENTO

¿Qué pasa con niños y niñas desertores? Cuando yo era niña, si uno faltaba al colegio, te iban a buscar los carabineros…
-Ahora también los van a buscar, pero no los carabineros. En general, los colegios van a buscarlos, cada vez más.

¿Los municipales también?
-No sé, pero en los particulares subvencionados hay mucha preocupación. La Fundación Oportunidades hizo un estudio súper interesante, con la Universidad de Harvard, que muestra que el tema de la asistencia es clave. Si un niño falta dos días en 15 días, ese niño ya falta un mes al año y con eso, de todas maneras, va a tener un retraso en el aprendizaje. Se habla de la inasistencia crónica y hay mucha campaña al respecto, se han creado comités de asistencia y otras soluciones. Hay colegios municipales que lo hacen. En O’Higgins, Fundación Oportunidades ha hecho cosas estupendas en toda la región. Con niños de 4 y 5 años, que son los que menos van, han logrado asistencias muy buenas, pero es cierto que tenemos un tremendo problema con la deserción. Si bien todos los colegios están obligados a que los niños asistan, por ejemplo, nosotros este año ya tenemos unos cuatro niños que no pudimos retener, porque a pesar de las medidas, los chicos simplemente no van, aunque les lleves carabineros a la casa.

¿Qué pasa cuando logran que regresen?
-Muchas veces no se la pueden para estar en el colegio, porque han sido desertores, han estado en la calle, no resisten estar una hora en clases, menos en las clases como son. Tendría que haber, también, dispositivos especiales. Si uno pudiera tenerlos dentro de los colegios, a lo mejor, pero no tenemos los recursos para hacerlo. Si tú a cada a unos de esos chiquillos le pusieras un tutor que lo acompañe, tal vez lo integrarías, pero si no tienes esa posibilidad, ese chico va a terminar yéndose y así sucede. Nosotros siempre estamos preocupados de que si se van, ver dónde se les recibe, pero, por ejemplo, ahora sabemos que una chica que llegó de desertora, no está yendo a ninguna parte. Se quedó fuera y eso que está en un programa del Ministerio del Interior para niños en situación de riesgo, que involucra a la familia. Tiene que haber instancias especiales que no existen. Yo creo que ese es un tremendo problema y no ha habido ningún gobierno, en el último tiempo, que se haya preocupado de la deserción. Y la deserción ha aumentado. Durante años fue disminuyendo, pero ahora ha aumentado.

¿Cuándo comenzó a aumentar?
-Yo creo que hace unos tres o cuatro años empezamos a ver que la deserción estaba aumentando.

¿Quienes son los niños desertores?
-Son de enseñanza media y, la mayoría, se retira por fracaso escolar.

¿Cuál es el pronóstico para ese niño o niña?
-Pésimo.

¿Se van a trabajar?
-Esos niños trabajan en la calle y están echados a su suerte. Están botados. Si tú me preguntas cuáles son los problemas más graves que yo enfrentaría hoy día, uno es ese y, el otro, los jóvenes que egresan de la enseñanza media y que no ingresan ni a educación superior ni al mundo laboral. Ese es un 20% de los jóvenes que salen de Enseñanza Media, todos los años. Por lo tanto, ahí debe haber como 500 mil jóvenes.

¿Aparte de los desertores?
-Aparte. Es es una bomba de tiempo que ya está explotando.

¿Hay una relación entre esto y el copamiento de ciertos barrios por el narcotráfico?
-Por supuesto. A lo mejor a nosotros nos tocó una etapa que era más fácil, porque se trataba de completar la Enseñanza Media. Cuando yo estaba en el ministerio en el año 2000, no teníamos ni siquiera a todos los niños con RUT, estaban confeccionándose recién unas listas. No sabíamos bien, pero el Banco Mundial hizo un estudio y recuerdo que un día llegó uno de sus funcionarios y me dijo: “Preocúpese, porque ustedes tienen, en los sectores más vulnerables, un 60% de deserción en la Enseñanza Media y un 40% en promedio en todo el sistema”. Yo dije: “¡No puede ser!”, pero el dato era correcto.

¿Qué hicieron?
-Ahí empezamos a crear programas para retener a los alumnos en la Enseñanza Media. Me acuerdo perfecto de haber ido a un liceo en Puerto Varas, y había una mamá sentada. Le pregunté: “¿Qué está haciendo aquí?” “Vengo a retirar a mi niña”, me dijo. “¿Y por qué la retira?” “Es que ella no tiene cabeza para estudiar”. Ese era el concepto en ese tiempo. Ya no es así. Ahora, los jóvenes desertan por otros motivos. Claro, hicimos un tremendo esfuerzo para llegar a una cobertura por sobre el 80% en la Enseñanza Media, con programas especiales, liceo para todos, etcétera y estábamos súper contentos, pero yo creo que esto también tiene que ver con que el mundo ha cambiado mucho, con que los jóvenes tienen otras opciones y el narcotráfico es una de ellas. La educación no está siendo lo suficientemente atractiva, ni flexible como para darle salida a todos estos jóvenes.

LA ANTIPATÍA DE CUBILLOS

El Ministerio de Educación tiene fama de ser el más cabrón del Estado. Muchos temen a esa silla porque no es difícil conducir en medio de todos los intereses que se mueven bajo la superficie ¿Cómo evalúas la gestión de la ministra Cubillos? ¿Crees que sido criticada injustamente o que es víctima de sus errores?
-Ella tiene muchas condiciones políticas, tiene liderazgo, sabe de educación, pero creo que lo que le falta es empatía y más flexibilidad. Me parece que haber repuesto el tema de la selección, cuando fue rechazado en el gobierno anterior con un Congreso menos difícil que éste, sin tener mayoría, es dispararse en los pies, es revivir un tema que divide ideológicamente, en que no hay espacio para ponerse de acuerdo. Entonces, para qué.

En un tema que ya se resolvió…
-Sí. No era el momento de ponerlo. La forma en que ella lo ha planteado, muy convencida y recorriendo el país, ha generado anticuerpos.

¿La ha desgastado políticamente?
-La desgasta para poder sacar otras cosas. Y, ahora, en el tema de los profesores, han llegado a acuerdos en casi todo, pero el tono en que se ha dado la relación no facilita la negociación. Yo creo que, efectivamente, hay un problema en cómo los profesores y otros, como los estudiantes, toman decisiones. Carlos Peña lo pone en una columna y es verdad que el asambleísmo es un problema. Los dirigentes cada vez conducen menos. Estoy de acuerdo en que eso pasa, pero si tú eres ministra y quieres llegar a acuerdos con el dirigente, no le dices: “Oiga, usted no maneja a su gente”, porque, en el fondo, le estás diciendo que es inepto.

¿Lo estás dinamitando?
-Se cometen errores en ese sentido, pero, ahí, me parece que es un tema más cultural del mundo de Chile Vamos o de la derecha, que no tienen empatía. El gran problema de este gobierno es que no tiene empatía con la gente, no sabe cómo comunicar. Mira el tema de los medidores, sale el Presidente y dice ¡Paf!, se acabó, los medidores van y, después, no van. Falta de empatía total y así, uno puede dar 20 ejemplos. La ministra no es la excepción.

Algunos señalan que más que falta de empatía, el problema es que, a diferencia de Piñera Uno, este gobierno se siente obligado a hablarle a una barra brava de extrema derecha.
-Sí, también. Al gobierno le importan mucho las encuestas y eso es pan para hoy y hambre para mañana. A los gobiernos que les va bien persisten en una línea y, al principio, puede no notarse, pero después se nota. Creo que este gobierno comete un error si piensa que tiene que darle en el gusto a la extrema derecha, porque puede sacar muchas más cosas si logra tener acuerdos con la Democracia Cristiana. Además, hay que tener criterios de realidad, si cuando uno no tiene mayoría en el Congreso, debe negociar. Ahora, me temo que es una actitud parecida a la que ha tenido el Partido Socialista con el Frente Amplio, que por darle en el gusto, para que no se le vaya la gente para allá, pierde su identidad. Acá, por darle el gusto al mundo de José Antonio Kast, al mundo de la UDI más reaccionaria, terminan perdiendo una identidad, que es por la que fueron elegidos. O sea, Piñera ya perdió el apoyo de la gente que votó por él porque no quería que ganara Guillier. En cambio el apoyo de la derecha dura no tenía riesgo de perderlo.

“NO SOMOS INMUNES”

¿Usted está entre quienes temen que, en Chile, el próximo proyecto político gobernante sea de estilo populista de derecha, como Kast o Bolsonaro?
-No es descartable. Pienso que este es un país bastante sensato, que vivió una dictadura, que los que votan son gente mayor y hay más posibilidades de que eso no ocurra, pero si hay temas que no se resuelven adecuadamente, si hay mucha conflictividad en el mundo político, podría ocurrir. Por qué no. Venezuela era el país más desarrollado en el año 2000 y mira cómo está. Nosotros también pensábamos que nunca íbamos a tener una dictadura militar y tuvimos una que duró 17 años. No hay que descartar nada, y por eso hay que cuidar la democracia, el diálogo democrático y hay que intentar fortalecer las instituciones. Y no se fortalecen cuando se presentan proyectos inconstitucionales, cuando se juega un poco con el Tribunal Constitucional. Creo que ahí estamos cometiendo errores que, no digo que sean fatales, pero nos pueden costar caro.

Si te ofrecieran ser ministra de Educación y siente que puede contribuir en el gobierno de Piñera, ¿aceptarías?
-No. Primero porque, obviamente, eso es ya como cruzar la vereda entera y estoy vieja ya para hacerlo. Pero, por otra parte, no sería una persona adecuada para el cargo. Yo genero anticuerpos y, especialmente, en el tema de educación, porque me jugué mucho en el gobierno anterior, fui muy crítica a las reformas que se hicieron.

¿Pero cree que la DC aceptaría entrar a este gobierno?
-Es que la DC no va a participar en el gobierno. De eso estoy segura.

Por último ¿extraña a su padre?
-Sí.

¿Cree que figuras como él podrían jugar un papel político en el Chile actual?
-No. Lo echo de menos por motivos personales, pero no sé si sería una figura para este tiempo.

¿Por qué?
-Porque era un señor muy serio ¿Mi papá, Edgardo Boeninger tendrían algún espacio? ¿Serían atractivos en el mundo de hoy para la ciudadanía? No sé, no estoy segura. Él era una persona con una libertad interior muy grande y daba peleas difíciles. Era conciliador, pero una persona súper firme también. Claro, es un tipo de políticos que uno echa de menos, y no solo a él, a otros también, porque tenían una estatura intelectual que hoy día uno no ve tanto, pero no son los líderes para este tiempo.

Fuente: TheClinic.cl